viernes, 13 de agosto de 2010

Atesoro palabras...

Hay veces que no puedo evitar una sensación de malestar frente a la caducidad, a ese florecer y marchitarse. Sé que sin el marchitarse, el florecer carecería de sentido, y que el fin es la mayor promesa de renacimiento. Lo sé, como sé que si tras plantar la semilla, mantengo la cabeza ocupada imaginando el árbol en el que se convertirá, y que en su momento se secará, posiblemente me pierda la belleza de ver nacer los brotes de la tierra. Al igual, si cuando sea un árbol joven me obstino en pasar las horas recordando como fue su nacer, tampoco disfrutaré de su juventud. Sin embargo, tampoco me parece que, como dicen algunos, sólo el presente tenga sentido. Por eso yo atesoro recuerdos, atesoro palabras. En su momento, procuraré disfrutar de lo que me llegue con los cincos sentidos y con todo lo que tenga. Oleré la rosa y me llenaré de su perfume. Pero cuando el momento pase, no querré tirarla. Procuraré, cuanto antes, llenar un jarro con agua y conservarla. Y así, cada momento que pase junto a ella, volver a embriagarme de su perfume, que contendrá no sólo el perfume de hoy, sino el recuerdo del que tuvo cuando vino. Tarde o temprano llegará un momento en el que empezará a marchitarse, y apenas será distinguible su olor. Pero tampoco entonces querré tirarla. Guardaré sus pétalos entre las hojas de un libro, o en un pañuelo. Y así, cuando ya no pueda recordarlo, el azar me traerá ese libro o ese pañuelo, y aunque la rosa no sea la misma, su perfume haya cambiado -nunca olvidaré la sorpresa al descubrir lo bien que huelen los pétalos de rosa al secarse-, y ni siquiera yo sea ya la misma-aunque en esencia pienso que sí-, voveré a disfrutar de la rosa con la que ese día me bendijeron los Dioses.
Mientras tanto, otras rosas llegarán, y espero saber agradecer cada una de ellas.

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